María Antonia de Paz y Figueroa nació en Santiago del Estero en 1730, por entonces parte del Virreinato del Perú, y falleció en Buenos Aires 1799, ya pujante capital del Virreinato del Río de la Plata. Fue una mujer extraordinaria. Consagrada a Dios a los quince años come “Beata” de los jesuitas, desde 1767, año de la expulsión de la Compañía de los reinos hispánicos, se ocupó de organizar los Ejercicios Espirituales ignacianos en aquellas tierras americanas, recorriendo descalza los vastos territorios e invitando a todos a frecuentar las tandas. Sufrió en silencio la incomprensión y desconfianza inicial de las autoridades civiles y religiosas, pero al final todos tuvieron que reconocer la fuerza divina que en ella se manifestaba. Más de 130.000 personas hicieron sus Ejercicios. Testigos oculares cuentan milagros y portentos cotidianos, sobre todo la profunda conversión de los que a ella se acercaban: obispos, clérigos, virreyes, jueces, alcaldes, militares, patricios, plebeyos, mestizos, indios, esclavos, hombres y mujeres, todos la veneraban como Madre. Al momento de su muerte, María Antonia era una de los dos mujeres más potentes y famosas del mundo: la otra era Catalina II “la Grande”, emperatriz de Rusia. Las cartas que María Antonia escribía se traducían inmediatamente al latín, inglés, francés, italiano, alemán, y se difundían por toda Europa, América y Asia. Y son un testimonio excepcional de su vida, de sus pensamientos, de sus ideas y proyectos, también del lenguaje español, culto y a la vez intimista, del tardo XVIII. Una mujer que es necesario conocer y apreciar, y un lenguaje que conviene estudiar.